Llego a mi casa, tiene el mismo olor de siempre. A veces se siente un poco el vacío, pero es tan mínimo que suele pasar desapercibido. Todo se mueve, está en constante cambio; yo me muevo, me inquieto.
Cuando llego me saco los zapatos, así descalza que hace bien, me sirvo un vaso de agua y me siento en el sillón. Todo se ve calmo, se ve armónico; y después de poner un tema, me armo uno y me vuelvo a recostar, me doy cuenta que sonrío, porque el sentirse sola se había convertido en una necesidad ignorada.
Me doy cuenta que me duele menos la espalda, como si me hubiera sacado una mochila; de lo liviano que está mi cuerpo sin vos. Qué bien sentirse liviano. A veces me agarra y pienso si no estaré demasiado distante, o fría. Aunque mi cuerpo nunca tuvo la sangre tan hirviendo como ahora.
Darme cuenta de que estaba ciega, sorda y dormida. Volví a pertenecer, volví a conocer.
No te extraño, no necesito, no hace falta; ahora puedo, como si hubiera conseguido un superpoder, puedo pensar y despensar sin tener una traba adelante. ¿En qué momento te convertiste en un freno? Duele a veces saber que si te pienso, recuerdo una obligación.
Y si pienso que todo esto no tiene vuelta atrás, sonrío. Qué lindo viaje en el que me metí.